Este blog nace para compartir palabras apuntadas en un cuaderno que no deberían terminar en un cajón.
Reflexiones, frases, fragmentos de algún libro/canción, poemas, cuentos... Palabras que algún día escuché/leí e impactaron en mí, que trasmitieron un mensaje directo, palabras que en ciertos momentos me empujaron hacia adelante, que despertaron pensamientos/emociones/sentimientos, palabras... que precisamente no se las lleva el viento y que en definitiva fueron... "palabras que hacen crecer"
Con el tiempo, se ha convertido en un pequeño espacio donde perpetuar experiencias, relatos e historias que han acompañado mi camino

miércoles, 16 de marzo de 2011

Mariposa


Mi mamá era hija de una pareja de campesinos. Nació y creció entre animales, pájaros y flores. Ella nos contó que una mañana, mientras paseaba por el bosque recogiendo ramas caídas para encender el fuego del horno vio un capullo de gusano colgando de un tallo quebrado. Pensó que sería más seguro para la pobre larva llevarla a la casa y adoptarla a su cuidado.

Al llegar, la puso bajo una lámpara para que diera calor y la arrimó a una ventana para que el aire no le faltara. Durante las siguientes horas mi madre permaneció al lado de su protegida esperando el gran momento. Después de una larga espera, que no terminó hasta la mañana siguiente, la jovencita vio como el capullo se rasgaba y una pequeña y velluda patita asomaba desde dentro.

Todo era mágico y mi mamá nos contaba que tenía la sensación de estar presenciando un milagro. Pero de repente, el milagro pareció volverse tragedia. La pequeña mariposa parecía no tener la fuerza suficiente para romper el tejido de su cápsula. Por más que hacía fuerza no conseguía salir por la pequeña perforación de su casita efímera. Mi madre no podía quedarse sin hacer nada.

Corrió hasta el cuarto de las herramientas y regresó con un par de pinzas delicadas y una tijera larga, final y afilada. Con mucho cuidado de no tocar el insecto, fue cortando una ventana en el capullo para permitir que la mariposa saliera de su encierro. Después de unos minutos de angustia, la pobre mariposa consiguió dejar atrás su cárcel y caminó a tumbos hacia la luz de la ventana.

Cuenta mi madre, que llena de emoción abrió la ventana para despedir a la recién llegada, en su vuelo inaugural. Sin embargo, la mariposa no salió volando, ni siquiera cuando con la punta de las pinzas la rozó suavemente. Pensó que estaba asustada por su presencia y la dejó junto a la ventana abierta, segura de que no la encontraría al regresar.

Después de jugar toda la tarde, mi madre volvió a su cuarto y encontró junto a la ventana a su mariposa inmóvil, las alitas pegadas al cuerpo, las patitas tiesas hacia el techo. Mi mamá siempre nos contaba con que angustia fue a llevar el insecto a su padre, a contarle todo lo sucedido y a preguntarle que más debía haber hecho para ayudarla mejor.

Mi abuelo, que parece que era uno de esos sabios casi analfabetos que andan por el mundo, la acarició la cabeza y le dijo que no había nada más que debiera haber hecho, que en realidad la buena ayuda hubiera sido hacer menos y no más.

Las mariposas necesitan ese terrible esfuerzo que les significa romper su prisión para poder vivir, porque durante esos instantes, explicó mi abuelo, el corazón late con muchísima fuerza y la presión que se genera en su primitivo árbol circulatorio inyecta la sangre a las alas, que así se expanden y la capacitan para volar. La mariposa que fue ayudada a salir de su caparazón nunca pudo expandir sus alas, porque mi mamá no la había dejado luchar pro su vida.

Mi mamá siempre nos decía que muchas veces le hubiera gustado aliviarnos el camino, pero recordaba a su mariposa y prefería inyectar nuestras alas con la fuerza de nuestro propio corazón.

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